Relaciones aproximativas entre habitantes

Las relaciones en la calle están muy relacionadas, con al afable carácter de sus habitantes y  su relación con el clima mediterráneo, refiriéndose esto último a la habitual práctica de salir a tomar la fresca durante la temporada estival. Hace menos de cuarenta años esto suponía una rutina muy común. Los niños jugaban en la calle, las puertas estaban abiertas y la vía pública era como una gran casa en la que cada una de las casas serían las habitaciones.

Todos los vecinos participaban de la vida pública colaborando en tener limpias las calles, divertida la vida y ayudándose mutuamente. La primera vecina que tuvo lavadora hizo la colada de toda la calle para que las demás vecinas observaran el invento, asombradas. Se ayudaba a la gente mayor, repartiéndose las tareas entre los vecinos: uno compraba el gas, otra le peinaba, el otro hacía la compra… Las costumbres y tradiciones de esta calle nos remiten también a su gastronomía, así cada año los vecinos dedicaban algún un día a la celebración de comidas y paellas a las que todos y todas estaban invitadas.
Era común también la celebración de alguna fiesta de artes y oficios en la que los vecinos mostraban sus trabajos, labores, tradiciones y productos, sacándolos a la calle, haciendo murales juntos e incluso pintando el asfalto. La calle, digamos, se vivía; al contrario que hoy en día donde es usada como un pasillo eventual a lo largo del que desplazarse.

Todo aquello queda hoy solamente en el recuerdo de los más mayores, las costumbres se han perdido. Todos siguen conociéndose porque mayoritariamente siguen siendo los mismos de siempre, pero esa familiaridad, esa cercanía, esa ayuda y esa vida colectiva, está ya muy lejos de ser lo que era. Hoy, las casas se viven hacia adentro, debilitando los vínculos relacionales. “Dentro y fuera constituyen una dialéctica de descuartizamiento” , asegura Gaston Bachelard.

“La casa del pasado está viva dentro de su propia cabeza. Enseguida se traduce: tiene un viejo recuerdo guardado dentro de su memoria”   continúa Bachelard. Paisaje, territorio y ciudad vuelvan a estar en el centro del debate artístico actual. Nos hallamos ante realidades con las que dialogamos y no nos resultan ajenas. Como apunta Paula Santiago:
“Nos hacernos a nosotros mismos gracias al entorno y desde su propio interior - entendiendo este entorno como espacio de convivencia- está adquiriendo un protagonismo evidente a muy diversos niveles, tanto éticos como estéticos. En función de lo que hagamos estaremos determinando el tipo de hábitat al que aspiramos, algo de lo que el discurso artístico no puede desmarcarse”  .

Es necesario recuperar esa sensorialidad múltiple, es decir, esas relaciones, esos olores a comidas, a fiestas, a tradiciones… volviendo a tener en cuenta el valor de la arquitectura y del espacio como práctica que no sólo se destina al sentido de la  vista, sino que solicita la intervención del resto de los sentidos.