Configuración del espacio público


El espacio público de la calle Cura Catalá de Manises está configurado en base a una serie de relaciones de proximidad entre sus habitantes. Es muy probable que esto ocurra también en las calles de otros municipios valencianos o, en general, mediterráneos; pero la particularidad de esta calle manisera es su especial asimilación del concepto de vecindario. La relación entre cada habitante y sus convecinos es en cierta medida bastante diferente a la fragilidad de los vínculos en la ciudad – a esa liquidez, como diría Bauman – siempre en el afortunado caso en que lleguemos a conocer a la vecina o vecino que vive en el piso de al lado o nos encontremos con ellos, de casualidad, en el ascensor. Lo que tratamos de evidenciar en este trabajo es el importante papel que los ciudadanos residentes en la susodicha calle han jugado a la hora de configurar el espacio público de su propio hábitat. Graham Greene afirma con acierto que “pueden publicar estadísticas y contar la población en cientos de miles, porque para cada hombre una ciudad no consiste en más que unas pocas calles, unas pocas casas, unas pocas personas” , y considera que si esto deja de ser así, la ciudad ya no existe, “excepto como un dolor en la memoria”.
A pesar de la arquitectura de las viviendas de la calle, una tipología que se abre a corrales o patios interiores y que se cierra casi por completo al exterior, el espacio público – el de la acera – no ha dejado de existir, si bien es cierto que se ha visto constreñido solamente a ese espacio a raíz de la imposición de tráfico rodado en Cura Catalá. Por lo tanto, podemos atribuir al automóvil cierta responsabilidad en la pérdida del espacio público para los vecinos, tanto en lo relativo a tráfico rodado, como a los vehículos que permanecen estacionados en uno de los márgenes de la vía.
El espacio público del que estamos hablando se constituye como una geografía de la invisibilidad, que está sin estar. Ya no por el hecho de lo que verdaderamente relevante en la calle suceda en el interior de las casas – que como hemos dicho, se cierran bastante en sí mismas – sino también porque la cuestión relacional en un núcleo tan básico como una calle solamente es descifrado por el vecindario, cuya opacidad tan sólo ellos pueden descifrar. Para Joan Nogué, las geografías de la invisibilidad “marcan nuestras coordenadas espacio-temporales, nuestros espacios existenciales, tanto o más que las geografías cartesianas, visibles y cartografiadas propias de las lógicas territoriales hegemónicas […] Son las ‘otras’ geografías: las que contienen los ‘otros’ paisajes.”
El paisaje de Cura Catalá no aparece reflejado en el callejero de Manises, ni posiblemente en ningún otro mapa. Es un paisaje que el propio vecindario configura en colectividad – porque no olvidemos que el paisaje es un constructo social – con el fin de disfrutarlo en una convivencia pacífica y respetuosa. Nuestro trabajo, en sus tres diferentes prácticas – los veinticinco retratos, el archivo de recuerdos y fotografías y la intervención en el espacio para recuperar antiguas costumbres – trata precisamente de cartografiar un panorama inaprensible para todo aquel que es ajeno al “paisaje”.